Para mis alumnos de 5to año, subo la novela que vamos a trabajar durante este trimestre y con la que vamos a tratar el Boom latinoamericano: Los cachorros, de Mario Vargas Llosa. La obra está en pdf, si no pueden acceder a ella y la necesitan en una entrada aparte en este blog me avisan y la subo ¡No hay problema! También les aviso que está en la fotocopiadora de la escuela y son seis páginas de ambos lados.
¡Saludos!
Mario Vargas Llosa
LOS CACHORROS
1
Todavía llevaban pantalón corto ese año, aún
no fumábamos, entre todos los deportes preferían el fútbol y estábamos
aprendiendo a correr olas, a zambullirnos
desde el segundo trampolín del Terrazas,
y eran traviesos, lampiños, curiosos, muy ágiles, voraces. Ese año,
cuando Cuéllar entró al Colegio Champagnat. Hermano Leoncio, ¿cierto que viene
uno nuevo?, ¿para el “Tercero A”, Hermano?
Sí, el Hermano Leoncio apartaba de un manotón el moño que le cubría la
cara. Ahora a callar. Apareció una mañana, a la hora de la formación, de la
mano de su papá, y el Hermano Lucio lo puso a la cabeza de la fila porque era
más chiquito todavía que Rojas, y en la clase el Hermano Leoncio lo sentó
atrás, con nosotros, en esa carpeta vacía, jovencito. ¿Cómo se llamaba? Cuéllar, ¿y tú? Choto, ¿y tú?
Chingolo, ¿y tú? Mañuco, ¿y tú? Lalo. ¿Miraforino? Sí, desde el mes pasado, antes vivía en San
Antonio y ahora en Mariscal Castilla, cerca del Cine Colina.
Era chanconcito
(pero no sobón): la primera semana salió quinto y la siguiente tercero y
después siempre primero hasta el accidente, ahí comenzó a flojear y a sacarse
malas notas. Los catorce Incas, Cuéllar, decía el Hermano Leoncio, y él se los
recitaba sin respirar, los Mandamientos, las tres estrofas del Himno Marista,
la poesía Mi bandera de López Albújar: sin respirar. Qué trome, Cuéllar, le
decía Lalo y el Hermano muy buena memoria, jovencito; y a nosotros ¡aprendan,
bellacos! El se lustraba las uñas en la solapa del saco y miraba a toda la
clase por encima del hombro, sobrándose (de a mentiras, en el fondo no era
sobrado, sólo un poco loquibambio y juguetón. Y, además, buen compañero. Nos
soplaba en los exámenes y en los recreos nos convidaba chupetes, ricacho,
tofis, suertudo, le decía Choto, te dan más propina que a nosotros cuatro, y él
por las buenas notas que se sacaba, y nosotros menos mal que eres buena gente,
chanconcito, eso lo salvaba). Las clases de la Primaria terminaban a las
cuatro, a las cuatro y diez el Hermano Lucio hacía romper filas y a las cuatro
y cuarto ellos estaban en la cancha de fútbol. Tiraban los maletines al pasto,
los sacos, las corbatas, rápido Chingolo rápido, ponte en el arco antes que lo
pesquen otros, y en su jaula Judas se volvía loco, guau, paraba el rabo, guau
guau, les mostraba los colmillos, guau guau guau, tiraba saltos mortales, guau
guau guau guau, sacudía los alambres. Pucha diablo si se escapa un día, decía Chingolo, y
Mañuco si se escapa hay que quedarse quietos, los daneses sólo mordían cuando
olían que les tienes miedo, ¿quién te lo dijo?, mi viejo, y Choto yo me
treparía al arco, ahí no lo alcanzaría, y Cuéllar sacaba su puñalito y chas
chas lo soñaba, deslonjaba y enterrabaaaaaauuuu, mirando al cielo.
uuuuuuaaauuuu, las dos manos en la boca, auauauauauuuuu: ¿qué tal gritaba
Tarzán? Jugaban apenas hasta las cinco
pues a esa hora salía la Media y a nosotros los grandes nos corrían de la
cancha a las buenas o a las malas. Las lenguas afuera, sacudiéndonos y sudando
recogían libros, sacos y corbatas y salíamos a la calle. Bajaban por la Diagonal haciendo
pases de basquet con los maletines, chápate ésta papacito, cruzábamos el Parque
a la altura de Las Delicias, ¡la chapé! ¿viste, mamacita?, y en la bodeguita
de la esquina de D'Onofrio comprábamos barquillos ¿de vainilla?,
¿mixtos?, echa un poco más, cholo, no estafes, un poquito de limón, tacaño, una
yapita de fresa. Y después seguían bajando por la Diagonal, el Violín Gitano,
sin hablar. La calle Porta, absortos en los helados, un semáforo, shhp
chupando shhhp y saltando hasta el edificio San Nicolás y ahí Cuéllar se
despedía, hombre, no te vayas todavía, vamos al Terrazas, le pedirían la pelota
al Chino, ¿no quería jugar por la selección de la clase?, hermano, para eso
había que entrenarse un poco, ven vamos anda, sólo hasta las seis, un partido
de fulbito en el Terrazas. Cuéllar. No podía, su papa no lo dejaba, tenía qua hacer las tareas. Lo
acompañaban hasta su casa. ¿cómo iba a entrar al equipo de la clase si no se
entrenaba? y por fin acabábamos yéndonos
al Terrazas solos. Buena
gente pero muy chancón, decía
Choto, por los estudios descuida el deporte, y Lalo no era culpa suya, su
viejo debía ser un fregado, y Chingolo claro, él se moría por venir con ellos y
Mañuco iba a estar bien difícil que entrara al equipo, no tenia físico, ni
patada, ni resistencia, se cansaba ahí mismo, ni nada. Pero cabecea bien,
decía Choto, y además era hincha nuestro, había que meterlo como sea decía
Lalo, y Chingolo para que esté con nosotros y Mañuco sí, lo meteríamos, ¡aunque
iba a estar más difícil
Pero Cuéllar que era terco y se moría por
jugar en el equipo, se entrenó tanto en el verano que al año siguiente se ganó el puesto de interior izquierdo en la selección de la
clase: mens sana in corpora sano, decía el
Hermano Agustin,
¿ya veíamos?, se puede ser buen deportista y aplicado en los estudios, que siguiéramos
su ejemplo. ¿Cómo has hecho?, le decía Lalo, ¿de
dónde esa cintura, esos pases, esa codicia de pelota, esos tiros al
ángulo? Y él: lo había entrenado su
primo el Chispas y su padre lo llevaba al Estadio todos los domingos y ahí,
viendo a los craks, les aprendía los trucos ¿captábamos? Se había pasado los tres meses sin ir a las
matinés ni a las playas, sólo viendo y jugando fútbol mañana y tarde, toquen
esas pantorrillas, ¿no se habían puesto duras?
Si, ha mejorado mucho, le decía Choto al Hermano Lucio, de veras, y Lalo
es un delantero ágil y trabajador, y Chingolo qué bien organizaba el ataque y,
sobre todo, no perdía la moral, y Mañuco ¿vio cómo baja hasta el arco a buscar
pelota cuando el enemigo va dominando, Hermano Lucio hay que meterlo al equipo.
Cuéllar se reía feliz, se soplaba las uñas y se las lustraba en la camiseta de
“Cuarto A”, mangas blancas y pechera azul: ya está, le decíamos, ya lo metimos
pero no te sobres. En julio, para el Campeonato Interaños, el Hermano Agustin autorizó al equipo de Cuarto A a entrenarse dos
veces por semana, los lunes y los viernes, a la hora de Dibujo y Música.
Después del segundo recreo, cuando el patio quedaba vacío, mojadito por la garúa, lustrado como un chimpún
nuevecito, los once seleccionados bajaban a la cancha, nos cambiábamos el
uniforme y, con zapatos de fútbol y buzos negros, salían de los camarines en
fila india, a paso gimnástico, encabezados por Lalo, el capitán. En todas las
ventanas de las aulas aparecían caras envidiosas que espiaban sus carreras,
había un vientecito frío que arrugaba las aguas de la piscina (¿tú te bañarías?, después del match, ahora no. brrrr qué
frío), sus saques, y movía las copas de los eucaliptos y ficus del Parque que
asomaban sobre el muro amarillo del Colegio, sus penales y la mañana se iba
volando: entrenamos regio, decía Cuéliar, bestial, ganaremos. Una hora después
el Hermano Lucio tocaba el silbato y, mientras se desaguaban las aulas y los
años formaban en el patio, los seleccionados nos vestíamos para ir a sus casas
a almorzar. Pero Cuéllar se demoraba porque (te copias todas las de los craks,
decía Chingolo, ¿quién te crees?, ¿Toto Terry?) se metía siempre a la ducha después de los entrenamientos. A veces
ellos se duchaban también, guau, pero ese día, guau guau, cuando Judas se
apareció en la puerta de los camarines, guau guau guau, sólo Lalo y Cuéllar se
estaban bañando: guau guau guau guau. Choto, Chingolo y Mañuco saltaron por
las ventanas, Lalo chilló se escapó mira hermano y alcanzó a cerrar la puertecita
de la ducha en el hocico mismo del danés. Ahí, encogido, losetas blancas,
azulejos y chorritos de agua, temblando, oyó
los ladridos de Judas, el llanto de Cuéllar, sus gritos, y oyó
aullidos, saltos, choques, resbalones y
después sólo ladridos, y un
montón de tiempo después, les juro (pero cuánto, decía Chingolo, ¿dos minutos?
. más hermano, y Choto ¿cinco?, más mucho más), el vozarrón del Hermano Lucio,
las lisuras de Leoncio ¿en español, Lalo?, sí, también en francés, ¿le
entendías?, no, pero se imaginaba que eran lisuras, idiota, por la furia de su
voz), los carambas, Dios mío, fueras, sapes, largo largo, la desesperación de los Hermanos, su terrible susto. Abrió la puerta y ya se lo llevaban cargado,
lo vio apenas entre las sotanas negras, ¿desmayado?, sí, ¿calato, Lalo?, sí y
sangrando, hermano, palabra, qué horrible: el baño entero era purita sangre.
Qué más, qué pasó después mientras yo me vestía, decía Lalo, y Chingolo el
Hermano Agustín y el Hermano Lucio metieron a Cuéllar en la camioneta de la Dirección , los vimos
desde la escalera, y Choto arrancaron a ochenta (Mañuco cien) por hora, tocando
bocina y bocina como los bomberos, como una ambulancia. Mientras tanto el
Hermano Leoncio perseguía a Judas que iba y venía por el patio dando brincos,
volantines, lo agarraba y lo metía a su jaula y por entre los alambres (quería
matarlo, decía Choto, si lo hubieras visto, asustaba) lo azotaba sin
misericordia, colorado, el moño bailándole sobre la cara. Esa semana, la misa
del domingo, el rosario del viernes y las
oraciones del principio y del
fin de las clases fueron por el restablecimiento de Cuéllar, pero los Hermanos
se enfurecían si los alumnos hablaban entre ellos del accidente, nos chapaban y
un cocacho, silencio, toma, castigado hasta las seis. Sin embargo ése fue el
único tema de conversación en los recreos y en las aulas, y el lunes siguiente
cuando, a la salida del Colegio, fueron a visitarlo a la
Clínica Americana , vimos que no tenía nada en la cara
ni en las manos. Estaba en un cuartito lindo, hola Cuéllar, paredes blancas y
cortinas cremas, ¿ya te sanaste, cumpita?, junto a un jardín con florecitas,
pasto y un árbol. Ellos lo estábamos vengando, Cuéllar, en cada recreo pedrada
y pedrada contra la jaula de Judas y él bien hecho, prontito no le quedaría un
hueso sano al desgraciado, se reía, cuando saliera iríamos al Colegio de noche
y entraríamos por los techos, viva el jovencito pam pam, el Águila Enmascarada chas chas,
y le haríamos ver estrellas, de buen humor pero flaquito y pálido, a ese
perro, como él a mí. Sentadas a la cabecera de Cuéllar había dos señoras que
nos dieron chocolates y se salieron al jardín, corazón, quédate conversando con
tus amiguitos, se fumarían un cigarrillo y volverían, la del vestido blanco es
mi mamá, la otra una tía. Cuenta, Cuéllar, hermanito, qué pasó, ¿le había
dolido mucho?, muchísimo, ¿dónde lo había mordido?, ahí pues, y se muñequeó,
¿en la pichulita?, sí, coloradito, y se rió y nos reímos y las señoras desde
la ventana adiós, adiós corazón, y a nosotros sólo un momentito más porque
Cuéllar todavía no estaba curado y él chist, era un secreto, su viejo no
quería, tampoco su vieja, que nadie supiera, mi cholo, mejor no digas nada,
para qué, había sido en la pierna nomás, corazón ¿ya? La operación duró dos horas, les dijo,
volvería al Colegio dentro de diez días, fíjate cuántas vacaciones qué más
quieres le había dicho el doctor. Nos fuimos y en la clase todos querían
saber, ¿le cosieron la barriga, cierto?, ¿con aguja e hilo, cierto? Y Chingolo cómo se empavó cuando nos contó,
¿sería pecado hablar de eso?, Lalo no, qué iba a ser, a él su mamá le decía
cada noche antes de acostarse ¿ya te enjuagaste la boca, ya hiciste pipí?, y
Mañuco pobre Cuéllar, qué dolor tendría, si un pelotazo ahí sueña a cualquiera
cómo sería un mordisco y sobre todo piensa en los colmillos que se gasta Judas,
cojan piedras, vamos a la cancha, a la una, a las dos, a las tres, guau guau
guau guau, ¿le gustaba?, desgraciado, que tomara y aprendiera. Pobre Cuéllar,
decía Choto, ya no podría lucirse en el Campeonato que empieza mañana, y Mañoco
tanto entrenarse de balde y lo peor es que, decía Lalo, esto nos ha debilitado
el equipo, hay que rajarse si no queremos quedar a la cola, muchachos, juren
que se rajarán.
2
Sólo volvió al Colegio
después de Fiestas Patrias y, cosa rara, en vez de haber escarmentado con el
fútbol (¿no era por el fútbol, en cierta forma, que lo mordió Judas? ) vino más
deportista que nunca. En cambio, los estudios comenzaron a importarle menos. Y
se comprendía, ni tonto que fuera, ya no
le hacia falta chancar: se presentaba a los exámenes con promedios muy bajos y
los Hermanos lo pasaban, malos ejercicios y óptimo, pésimas tareas y aprobado.
Desde el accidente te soban, le decíamos, no sabías nada de quebrados y, qué
tal raza, te pusieron dieciséis. Además, lo hacían ayudar misa, Cuéllar lea el
catecismo, llevar el gallardete del año en las procesiones, borre la pizarra,
cantar en el coro, reparta las libretas, y los primeros viernes entraba al
desayuno aunque no comulgara. Quién como tú, decía Choto, te das la gran vida,
lástima que Judas no nos mordiera también a nosotros, y él no era por eso: los
Hermanos lo sobaban de miedo a su viejo. Bandidos, qué le han hecho a mi hijo,
les cierro el Colegio, los mando a la cárcel, no saben quién soy, iba a matar a
esa maldita fiera y al Hermano Director, calma, cálmese señor, lo sacudió del
babero. Fue así, palabra, decía Cuéllar, su viejo se lo había contado a su
vieja y aunque se secreteaban, él, desde mi cama de la clínica, los oyó: era
por eso que lo sobaban, nomás. ¿Del babero?, qué truquero, decía Lalo, y Chingolo a lo mejor era cierto, por algo había
desaparecido el maldito animal. Lo habrán
vendido, decíamos, se habrá escapado; se lo regalarían a alguien, y Cuéllar
no, no, seguro que su viejo vino y lo mató, él siempre cumplía lo que
prometía. Porque una mañana la jaula amaneció vacía y una semana después, en
lugar de Judas, ¡cuatro conejitos blancos! Cuéllar, lléveles lechugas, ah
compañerito, déles zanahorias, cómo te sobaban, cámbieles el agua y él feliz.
Pero no sólo los Hermanos se habían puesto a mimarlo, también a sus viejos les
dio por ahí. Ahora Cuéllar venía todas las tardes con nosotros al Terrazas a jugar fulbito (¿tu viejo ya no se
enoja?, ya no, al contrario, siempre le preguntaba quién ganó el match, mi
equipo, cuántos goles metiste, ¿tres?, ¡bravo!, y él no te molestes, mamá, se
me rasgó la camisa jugando, fue casualidad, y ella sonsito, qué importaba,
corazoncito, la muchacha se la cosería y te serviría para dentro de casa, que
le diera un beso) y después nos íbamos a la cazuela del Excélsior, del Ricardo
Palma o del Leuro a ver seriales, dramas impropios para señoritas, películas
de Cantinflas y Tin Tan. A cada rato
le aumentaban las propinas y me compran lo que quiero, nos decía, se los había
metido al bolsillo a mis papás, me dan gusto en todo, los tenía aquí, se mueren
por mí. El fue el primero de los cinco en tener patines, bicicleta,
motocicleta y ellos Cuéllar que mi viejo nos regale una Copa para el Campeonato,
que los llevara a la piscina del Estadio a ver nadar a Merino y al Conejo
Villarán y que nos recogiera en su auto a la salida de la vermuth, y su viejo
nos la regalaba y los llevaba y nos recogía en su auto: sí, lo tenía aquí. Por
ese tiempo, no mucho después del accidente, comenzaron a decirle Pichulita. El
apodo nació en la clase, ¿fue el sabido de Gumucio el que lo inventó?, claro, quién iba a ser, y al principio Cuéllar,
Hermano, lloraba, me están diciendo una mala palabra, como un marica, ¿quién?,
¿qué te dicen?, una cosa fea, Hermano, le daba vergüenza repetírsela,
tartamudeando y las lágrimas que se le saltaban, y después en los recreos los
alumnos de otros años Pichulita qué hubo, y los mocos que se le salían, cómo estás, y él Hermano, fíjese, corría
donde Leoncio, Lucio, Agustín o el profesor Cañón Paredes: ése fue. Se quejaba y también se enfurecía, qué has
dicho, Pichulita he dicho, blanco de cólera, maricón, temblándole las manos y
la voz, a ver repite si te atreves, Pichulita, ya me atreví y qué pasaba y él entonces
cerraba los ojos y, tal como le había aconsejado su papá, no te dejes muchacho,
se lanzaba, rómpeles la jeta, y los desafiaba, le pisas el pie y bandangán, y se trompeaba, un
sopapo, un cabezazo, un patadón, donde fuera, en la fila o en la cancha, lo
mandas al sucio y se acabó, en la clase, en la capilla, no te fregarán más. Pero
más se calentaba y más lo fastidiaban y una vez, era un escándalo, Hermano,
vino su padre echando chispas a la Dirección, martirizaban a su hijo y él no lo
iba a permitir. Que tuviera pantalones, que castigara a esos mocosos o lo
haría él, pondría a todo el mundo en su sitio, qué insolencia, un manotazo en
la mesa, era el colmo, no faltaba más. Pero le habían pegado el apodo como una
estampilla y, a pesar de los castigos de los Hermanos, de los sean más humanos,
ténganle un poco de piedad del Director, y a pesar
de los llantos y las pataletas y las amenazas y golpes de Cuéllar,
el apodo salió a la calle y poquito a poco fue corriendo por los barrios de
Miraflores y nunca más pudo sacárselo de encima, pobre. Pichulita pasa la
pelota, no seas angurriento, ¿cuánto te sacaste en álgebra, Pichulita?, te
cambio una fruna, Pichulita, por una melcocha, y no dejes de venir mañana al
paseo a Chosica, Pichulita, se bañarían en el río, los Hermanos llevarían
guantes y podrás boxear con Gumucio y vengarte,
Pichulita, ¿tienes botas?, porque habría que trepar al cerro, Pichulita, y al
regreso todavía alcanzarían la vermuth, Pichulita, ¿te gustaba el plan? También
a ellos, Cuéllar, que al comienzo nos cuidábamos, cumpa, comenzó a salírseles,
viejo, contra
nuestra voluntad, hermano, hincha, de repente
Pichulita y él, colorado, ¿qué?, o pálido ¿tú también, Chingolo?, abriendo
mucho los ojos, hombre, perdón, no había sido con mala intención, ¿él también,
su amigo también?, hombre, Cuéllar, que no se pusiera así, si todos se lo
decían a uno se le contagiaba, ¿tú también, Choto?, y se le venia a la boca
sin querer, ¿él también, Mañuco?, ¿así le decíamos por la espalda?, ¿se daba
media vuelta y ellos Pichulita, cierto?
No, qué ocurrencia, lo abrazábamos, palabra que nunca más y además por
qué te enojas, hermanito, era un apodo como cualquier otro y por último ¿al
cojito Pérez no le dices tú Cojinoba y al bizco Rodríguez Virolo o Mirada Fatal
y Pico de Oro al tartamudo Rivera? ¿Y
no le decían a él Choto y a él Chingolo y a él Mañuco y a él Lalo? No te enojes, hermanón, sigue jugando, anda,
te toca. Poco a poco fue resignándose a su apodo y en Sexto año ya no lloraba
ni se ponía matón, se hacía el desentendido y a veces hasta bromeaba, Pichulita
no ¡Pichulaza ja ja!, y en Primero de Media se había acostumbrado tanto que,
más bien, cuando le decían Cuéllar se ponía serio y miraba con desconfianza,
como dudando, ¿no sería burla? Hasta
estiraba la mano a los nuevos amigos diciendo mucho gusto, Pichula Cuéllar a
tus órdenes. 49
No a las muchachas, claro, sólo a los hombres.
Porque en esa época, además de los deportes, ya se interesaban por las chicas.
Habíamos comenzado a hacer bromas, en las clases, oye, ayer lo vi a Pirulo Martinez con su enamorada, en los recreos, se paseaban de la
mano por el Malecón y de repente ¡pum, un chupete!, y a las salidas ¿en la boca?, sí, y se habían demorado un montón de rato besándose. Al poco tiempo, ése fue el tema principal de sus conversaciones.
Quique Rojas tenía una hembrita mayor que él, rubia, de ojazos azules y el
domingo Mañuco los vio entrar juntos a la matiné del Ricardo Palma y a la salida ella estaba despeinadísima, seguro
habían tirado plan, y el otro día en la noche Choto lo pescó al venezolano de
Quinto, ese que le dicen Múcura por la bocaza, viejo, en un auto, con una mujer
muy pintada y, por supuesto, estaban tirando plan, y tú, Lalo, ¿ya tiraste
plan?, y tú, Pichulita, ja ja, y a Mañuco le gustaba la hermana de Perico
Sáenz, y Choto iba a pagar un helado y la cartera se le cayó y tenía una foto
de una Caperucita Roja en una fiesta infantil, ja ja, no te muñequees, Lalo, ya
sabemos que te mueres por la flaca Rojas, y tú Pichulita ¿te mueres por
alguien?, y él no, colorado, todavía, o pálido,
no se moría por nadie, y tú y tú, ja ja. Si salíamos a las cinco en punto y corríamos por la Avenida Pardo como
alma que lleva el diablo, alcanzaban justito la salida de las chicas del
Colegio La Reparación. Nos parábamos en la esquina y fíjate, ahí estaban los
ómnibus, eran las de Tercero y
la de la segunda ventana es la hermana del cholo Cánepa, chau, chau, y ésa,
mira, háganle adiós, se rió, se rió, y la chiquita nos contestó, adiós, adiós,
pero no era para ti, mocosa, y ésa y ésa. A veces les llevábamos papelitos
escritos y se los lanzaban a la volada, qué bonita eres, me gustan tus trenzas,
el uniforme te queda mejor que a ninguna, tu amigo Lalo, cuidado, hombre, ya te
vio la monja, las va a castigar, ¿cómo te llamas?, yo Mañuco, ¿vamos el domingo
al cine?, que le contestara mañana con un papelito igual o haciéndome a la
pasada del ómnibus con la cabeza que sí. Y tú Cuéllar, ¿no le gustaba
ninguna?, sí, esa que se sienta atrás, ¿la cuatrojos?, no no, la de al ladito,
por qué no le escribía entonces, y él qué le ponía, a ver, a ver, ¿quieres
ser mi amiga?, no, qué bobada, quería ser su amigo y le mandaba un beso, sí, eso estaba mejor, pero era corto, algo más conchudo,
quiero ser tu amigo y le mandaba un beso y te adoro, ella sería la vaca y yo
seré el toro, ja ja. Y ahora firma tu
nombre y tu apellido y que le hiciera un dibujo, ¿por ejemplo cuál?,
cualquiera, un torito, una florecita, una pichulita, y así se nos pasaban las
tardes, correteando tras los ómnibus del Colegio La Reparación y, a veces,
íbamos hasta la Avenida Arequipa a ver a las chicas de uniformes blancos del
Villa María, ¿acababan de hacer la primera comunión? les gritábamos, e incluso tomaban el Expreso
y nos bajábamos en San Isidro para espiar a las del Santa Ursula y a las del Sagrado Corazón. Ya no jugábamos tanto
fulbito como antes.
Cuando las fiestas de cumpleaños se
convirtieron en fiestas mixtas, ellos se quedaban en los jardines, simulando
que jugaban a la pega tú la llevas, la berlina adivina quién te dijo o
matagente ¡te toqué!, mientras que éramos puro ojos, puro oídos, ¿qué pasaba en
el salón?, ¿qué hacían las chicas con esos agrandados, qué envidia, que ya
sabían bailar? Hasta que un día se
decidieron a aprender ellos también y entonces nos pasábamos sábados, domingos
íntegros, bailando entre hombres, en casa de Lalo, no, en la mía que es más
grande era mejor, pero Choto tenia más discos, y Mañuco pero yo tengo a mi
hermana que puede enseñarnos y Cuéllar no, en la de él, sus viejas ya sabían y
un día toma, su mamá, corazón, le regalaba ese picup, ¿para él solito?, sí, ¿no
quería aprender a bailar? Lo pondría en
su cuarto y llamaría a sus amiguitos y se encerraría con ellos cuanto quisiera
y también cómprate discos, corazón, anda a
Discocentro, y ellos fueron y escogimos
huarachas, mambos, boleros y valses y la cuenta la mandaban a su viejo, nomás,
el señor Cuéllar, dos ocho cinco Mariscal Castilla. El vals y el bolero eran fáciles,
había que tener memoria y contar, uno aquí, uno allá, la música no importaba
tanto. Lo difícil eran la huaracha, tenemos que aprender figuras, decía
Cuéllar, el mambo, y a dar vueltas y soltar a la pareja y lucirnos. Casi al
mismo tiempo aprendimos a bailar y a fumar, tropezándonos, atorándose con el
humo de los “Lucky”y “Viceroy”, brincando hasta que de repente ya hermano, lo
agarraste, salía, no lo pierdas, muévete más, mareándonos, tosiendo y
escupiendo, ¿a ver, se lo había pasado?, mentira, tenía el humo bajo la lengua,
y Pichulita yo, que le contáramos a él, ¿habíamos visto?, ocho, nueve, diez, y
ahora lo botaba: ¿sabía o no sabía golpear?
Y también echarlo por la nariz y agacharse y dar una vueltecita y
levantarse sin perder el ritmo. Antes, lo que más nos gustaba en el mundo eran
los deportes y el cine, y daban cualquier cosa por un match de fútbol, y ahora
en cambio lo que más eran las chicas y el baile y por lo que dábamos cualquier
cosa era una fiesta con discos de Pérez Prado y permiso de la dueña de la casa
para fumar. Tenían fiestas casi todos los sábados y cuando no íbamos de
invitados nos zampábamos y, antes de entrar, se metían a la bodega de la
esquina y le pedíamos al chino, golpeando el mostrador con el puño: ¡cinco
capitanes! Seco y volteado, decía Pichulita, así, glu glu, como hombres, como
yo.
Cuando Pérez Prado llegó a Lima con su orquesta,
fuimos a esperarlo a la Córpac, y Cuéllar, a ver quién se aventaba como yo,
consiguió abrirse paso entre la multitud, llegó hasta él, lo cogió del saco y
le gritó “Rey del mambo”. Pérez Prado le sonrió y también me dio la mano, les
juro, y le firmó su álbum de autógrafos, miren. Lo siguieron, confundidos en la
caravana de hinchas, en el auto de Boby Lozano, hasta la Plaza San Martín y, a
pesar de la prohibición del Arzobispo y de las advertencias de los Hermanos
del Colegio Champagnat, fuimos a la Plaza de Acho, a Tribuna de Sol, a ver el
campeonato nacional de mambo. Cada noche, en casa de Cuéllar, ponían Radio «El
Sol”y escuchábamos, frenéticos, qué trompeta, hermano, qué ritmo, la audición
de Pérez Prado, qué piano. Ya usaban pantalones largos entonces, nos peinábamos
con gomina y habían desarrollado, sobre todo Cuéllar, que de ser el más
chiquito y el más enclenque de los cinco pasó a ser el más alto y el más
fuerte. Te has vuelto un Tarzán, Pichulita, le decíamos, qué cuerpazo te echas
al diario.
3
El primero en tener enamorada fue Lalo, cuando
andábamos en Tercero de Media. Entró una noche al Cream Rica, muy risueño, ellos qué te pasa y
él, radiante, sobrado como un pavo real: le caí a Chabuca Molina, me dijo que
sí. Fuimos a festejarlo al Chasqui y,
al segundo vaso de cerveza, Lalo, qué le dijiste en tu declaración, Cuéllar
comenzó a ponerse nerviosito, ¿le había agarrado la mano?, pesadito, qué
había hecho Chabuca, Lalo, y preguntón ¿la besaste, di? El nos contaba, contento, y ahora les tocaba
a ellos, salud, hecho un caramelo de felicidad, a ver si nos apurábamos a tener
enamorada y Cuéllar, golpeando la mesa con su vaso, cómo fue, qué dijo, qué le
dijiste, qué hiciste. Pareces un cura, Pichulita, decía Lalo, me estás
confesando y Cuéllar cuenta, cuenta, qué más. Se tomaron tres Cristales y, a medianoche, Pichulita
se zampó. Recostado contra un poste, en plena Avenida Larco, frente a la
Asistencia Pública, vomitó: cabeza de pollo, le decíamos, y también qué
desperdicio, botar así la cerveza con lo que costó, qué derroche. Pero él, nos
traicionaste, no estaba con ganas de bromear, Lalo traidor, echando espuma, te
adelantaste, buitreándose la camisa, caerle a una chica, el pantalón, y ni
siquiera contarnos que la siriaba, Pichulita, agáchate un poco, te estás
manchando hasta el alma, pero él nada, eso no se hacía, qué te importa que me
manche, mal amigo, traidor. Después, mientras lo limpiábamos, se le fue la
furia y se puso sentimental: ya nunca
más te veríamos, Lalo. Se pasaría los domingos con Chabuca y nunca más nos buscarás,
maricón. Y Lalo qué ocurrencia, hermano, la hembrita y los amigos eran dos
cosas distintas pero no se oponen, no había que ser celoso, Pichulita, tranquilízate,
y ellos dense la mano pero Cuéllar no quería, que Chabuca le diera la mano, yo
no se la doy. Lo acompañamos hasta su casa y todo el camino estuvo murmurando cállate viejo y
requintando, ya llegamos, entra despacito, despacito, pasito a paso como un
ladrón, cuidadito, si haces bulla tus papis se despertarán y te pescarán. Pero
él comenzó a gritar, a ver, a patear la puerta de su casa, que se despertaran
y lo pescaran y qué iba a pasar, cobardes, que no nos fuéramos, él no les tenía
miedo a sus viejos, que nos quedáramos y viéramos. Se ha picado, decía Mañuco,
mientras corríamos hacia la Diagonal, dijiste le caí a Chabuca y mi cumpa
cambió de cara y de humor, y Choto era envidia, por eso se emborrachó y
Chingolo sus viejos lo iban a matar.
Pero no le hicieron nada. ¿Quién te abrió la puerta?, mi mamá y ¿qué pasó?, le
decíamos, ¿te pegó? No, se echó a
llorar, corazón, cómo era posible, cómo iba a tomar licor a su edad, y también
vino mi viejo y lo riñó, nomás, ¿no se repetiría nunca?, no papá, ¿le daba
vergüenza lo que había hecho?, sí. Lo bañaron, lo acostaron y a la mañana
siguiente les pidió perdón. También a Lalo, hermano, lo siento, ¿la cerveza se
me subió, no?, ¿te insulté, te estuve fundiendo, no? No, qué adefesio, cosa de tragos, choca esos
cinco y amigos. Pichulita, como antes, no pasó nada.
Pero pasó algo: Cuéllar comenzó a hacer locuras
para llamar la atención. Lo festejaban y le seguíamos la cuerda, ¿a que me
robo el carro del viejo y nos íbamos a dar curvas a la Costanera, muchachos?,
a que no hermano, y él se sacaba el Chevrolet de su papá y se iban a la Costanera; ¿a que bato el récord de Boby
Lozano?, a que no hermano, y él vsssst por el Malecón vsssst desde Benavides
hasta la Quebrada vsssst en dos minutos cincuenta, ¿lo batí?, si y Mañuco se
persignó, lo batiste, y tú qué miedo tuviste, rosquetón; ¿a que nos invitaba al
Oh, qué bueno y hacíamos
perro muerto?, a que no hermano, y ellos iban al Oh, qué bueno, nos atragantábamos de hamburguers y
de milkshakes, partían uno por uno
y desde la Iglesia del Santa
María veíamos a Cuéllar hacerle un quite al mozo y escapar ¿qué les dije? ; ¿a
que me vuelo todos los vidrios de esa casa con la escopeta de perdigones de mi viejo?, a que no, Pichulita, y él se los volaba.
Se hacía el loco para impresionar, pero también para viste, viste? sacarle cachita a Lalo, tú no te atreviste y
yo sí me atreví. No le perdona lo de Chabuca, decíamos, qué odio le tiene. En
Cuarto de Media, Choto le cayó a Fina Salas y le dijo que sí, y Mañuco a Pusy
Lañas y también que sí. Cuéllar se encerró en su casa un mes y en el Colegio
apenas si los saludaba, oye, qué te pasa, nada, ¿por qué no nos buscaba, por
qué no salía con ellos?, no le provocaba salir. Se hace el misterioso, decían,
el interesante, el torcido, el resentido. Pero poco a poco se conformó y volvió
al grupo. Los domingos, Chingolo y él se iban solos a la matiné (solteritos,
les decíamos, viuditos), y después mataban el tiempo de cualquier manera,
aplanando calles, sin hablar o apenas vamos por aquí, por allá, las manos en
los bolsillos, oyendo discos en casa de Cuéllar, leyendo chistes o jugando
naipes, y a las nueve se caían por el Parque Salazar a buscar a los otros, que a esa hora ya estábamos despidiendo a las
enamoradas. ¿Tiraron buen plan?, decía Cuéllar, mientras nos quitábamos los sacos,
se aflojaban las corbatas y nos remangábamos los puños en el Billar de la
Alameda Ricardo Palma, ¿un plancito firme,
muchachos?, la voz enferma de pica, envidia y malhumor, y ellos cállate, juguemos,
¿mano, lengua?, pestañeando como si el humo y la luz de los focos le hincaran los ojos, y nosotros ¿le daba
cólera, Pichulita?, ¿por qué en vez de picarse no se conseguía una hembrita y
paraba de fregar?, y él ¿se chupetearon?, tosiendo y escupiendo como un
borracho, ¿hasta atorarse?, taconeando, ¿les levantaron la falda, les metimos
el dedito?, y ellos la envidia lo corroía, Pichulita, ¿bien riquito, bien
bonito?, lo enloquecía, mejor se callaba y empezaba. Pero él seguía,
incansable, ya, ahora en serio, ¿qué les habíamos hecho?, ¿las muchachas se
dejaban besar cuánto tiempo?, ¿otra vez, hermano?, cállate, ya se ponía pesado,
y una vez Lalo se enojó: mierda, iba a partirle la jeta, hablaba como si las
enamoradas fueran cholitas de plan. Los separamos y los hicieron amistar, pero
Cuéllar no podía, era más fuerte que él, cada domingo con la misma vaina: a ver
¿cómo les fue?, que contáramos, ¿rico el plan?
En Quinto de Media, Chingolo le cayó a la Bebe
Romero y le dijo que no, a la Tula Ramírez y que no,
a la China Saldivar y que sí: a la tercera va la vencida, decía, el que la
sigue la consigue, feliz. Lo festejamos en el barcito de los cachascanistas de
la calle San Martín. Mudo, encogido, triste en su silla del rincón, Cuéllar se
aventaba capitán tras capitán: no pongas esa cara, hermano, ahora le tocaba a
él. Que se escogiera una hembrita y le cayera, le decíamos, te haremos el
bajo, lo ayudaríamos y nuestras enamoradas también. Si., sí, ya escogería, capitán tras capitán, y de
repente, chau, se paró: estaba cansado, me voy a dormir. Si se quedaba iba a
llorar, decía Mañuco; y Choto estaba que se aguantaba las ganas, y Chingolo si
no lloraba le daba una pataleta como la otra vez. Y Lalo: había que ayudarlo,
lo decía en serio, le conseguiríamos una hembrita aunque fuera feíta, y se le
quitaría el complejo. Sí, sí, lo ayudaríamos, era buena gente, un poco fregado
a veces pero en su caso cualquiera, se le comprendía, se le perdonaba, se le
extrañaba, se le quería, tomemos a su salud, Pichulita, choquen los vasos, por ti.
Desde entonces, Cuéllar se
iba solo a la matiné los domingos y días feriados lo veíamos en la oscuridad de la platea, sentadito en las filas de atrás, encendiendo
pucho tras pucho, espiando a la disimulada a las parejas que tiraban plan, y se
reunía con ellos nada más que en las noches, en el Billar, en el Bransa, en el Cream Rica, la cara amarga, ¿qué tal domingo?,
y la voz ácida, él muy bien y ustedes me imagino que requetebién ¿no? Pero en
el verano ya se le había pasado el colerón; íbamos juntos a la playa -a La Herradura, ya no a Miraflores-, en el auto que sus viejos
le habían regalado por Navidad, un Ford convertible que tenía el escape abierto, no respetaba los semáforos y
ensordecía, asustaba a los transeúntes. Mal que mal, se había hecho amigo de
las chicas y se llevaba bien con ellas, a pesar de que siempre, Cuéllar, lo
andaban fundiendo con la misma cosa: ¿por qué no le caes a alguna muchacha de
una vez? Así serían cinco parejas y saldríamos
en patota todo el tiempo y estarían para arriba y para abajo juntos ¿por qué no
lo haces? Cuéllar se defendía bromeando,
no porque entonces ya no cabrían todos en el poderoso Ford y una de ustedes sería la sacrificada, despistando,
¿acaso nueve no íbamos apachurrados? En
serio, decía Pusy, todos tenían enamorada y él no, ¿no te cansas de tocar
violín? Que le cayera a la flaca Gamio,
se muere por ti, se los había confesado el otro día, donde la China, jugando a
la berlina, ¿no te gusta? Cáele, le
haríamos corralito, lo aceptaría, decídete. Pero él no quería tener enamorada y
ponía cara de forajido, prefiero mi libertad, y de conquistador, solterito se
estaba mejor. Tu libertad, para qué, decía la China, ¿para hacer barbaridades?,
y Chabuca ¿para irse de plancito y Pusy ¿con huachafitas?, y él cara de
misterioso, a lo mejor, de cafiche, a lo mejor y de vicioso: podía ser, ¿Por
qué ya nunca vienes a nuestras fiestas?, decía Fina, antes venías a todas y
eras tan alegre y bailabas tan bien, ¿qué te pasó, Cuéllar? y Chabuca que no fuera aguado, ven y así un día encontrarás una chica
que te guste y le caerás. Pero
él ni de a vainas, de perdido, nuestras fiestas lo aburrían, de sobrado avejentado,
no iba porque tenía otras mejores donde me divierto más. Lo que pasa es que no
te gustan las chicas decentes, decían ellas, y él como amigas claro que sí, y
ellas sólo las cholas, las medio pelo, las bandidas y, de pronto, Pichulita,
sssí le gggggustabbbban, comenzaba, las chicccas decenttttes, a tartamudear,
sssólo qqqque la flaccca Gamio nnno, ellas ya te muñequeaste y él addddemás no
habbbía tiempo por los exámmmenes y ellos déjenlo en paz, salíamos en su
defensa, no lo van a convencer, él tenía sus plancitos, sus secretitos,
apúrate hermano, mira qué sol, La Herradura debe estar que arde, hunde la pata. hazlo volar al poderoso Ford. Nos bañábamos frente a Las Gaviotas y, mientras las cuatro parejas se
asoleaban en la arena, Cuéllar se lucia corriendo olas. A ver esa que se está
formando, decía Chabuca, esa tan grandaza ¿podrás? Pichulita se paraba de un salto, le había
dado en la yema del gusto, en eso al menos podía ganarnos: lo iba a intentar,
Chabuquita, mira. Se precipitaba corría sacando pecho, echando la cabeza atrás se zambullía, avanzaba braceando lindo,
pataleando parejito, qué bien nada decía Pusy, alcanzaba el tumbo cuando iba a
reventar, fijate la va a correr, se atrevió decía la China, se ponía a flote y metiendo apenas la cabeza, un brazo tieso y el
otro golpeando, jalando el agua como un campeón, lo veíamos subir hasta la
cresta de la ola, caer con ella, desaparecer en un estruendo de espuma, fíjense
fíjense, en una de ésas lo va a revolcar decía Fina, y lo veían reaparecer y
venir arrastrado por la ola, el cuerpo arqueado, la cabeza afuera, los pies
cruzados en el aire, y lo veíamos llegar hasta la orilla suavecito, empujadito
por los rumbos.
Qué bien las corre, decían ellas mientras
Cuéllar se revolvía contra la resaca, nos hacía adiós y de nuevo se arreaba al
mar, era tan simpático, y también pintón, ¿por qué no tenia enamorada? Ellos se miraban de reojo, Lalo se reía,
Fina qué les pasa, a qué venían esas carcajadas, cuenten. Choto enrojecía, venían
porque sí, de nada y además de qué hablas, qué carcajadas, ella no te hagas y
él no, si no se hacía, palabra. No tenía porque es tímido, decía Chingolo, y Pusy no era, que iba a ser, más bien un fresco, y Chabuca ¿entonces por qué? Está buscando pero no encuentra, decía Lalo,
ya le caerá a alguna, y la China falso, no estaba buscando, no iba nunca a fiestas, y Chabuca ¿entonces por qué? Sabe, decía Lalo, se cortaba la cabeza que
si, sabían y se hacían las que no, ¿para qué?, para sonsacarles, si no supieran
por qué tantos por qué, tanta mirada rarita, tanta malicia en la voz. Y Choto:
no, te equivocas, no sabían, eran preguntas inocentes, las muchachas se compadecían
de que no tuviera hembrita a su edad, les da pena que ande solo, lo querían
ayudar. Tal vez no saben pero cualquier día van a saber, decía Chingolo, y
será su culpa ¿qué le costaba caerle a alguna aunque fuera sólo para despistar?,
y Chabuca ¿entonces por qué?, y Mañuco qué te importa, no lo fundas tanto, el
día menos pensado se enamoraría, ya vería, y ahora cállense que ahí está. 63
A medida que pasaban los días, Cuéllar se
volvía más huraño con las muchachas, más lacónico y esquivo. También más loco:
aguó la fiesta de cumpleaños de Pusy arrojando una sarta de cuetes por la ventana,
ella se echó a llorar y Mañuco se enojó. fue a buscarlo, se trompearon,
Pichulita le pegó. Tardamos una
semana en hacerlos amistar, perdón Mañuco, caray, no sé qué me pasó, hermano,
nada, más bien yo te pido perdón, Pichulita, por haberme calentado, ven ven,
también Pusy te perdonó y quiere verte; se presentó borracho en la Misa de
Gallo y Lalo
y Choto tuvieron que sacarlo en peso al
Parque, suéltenme, delirando, le importaba un pito, buitreando, quisiera tener
un revólver, ¿para qué, hermanito?, con diablos azules, ¿para matarnos?, sí y
lo mismo a ese que pasa pam pam y a ti y a mí también pam pam; un domingo
invadió la Pelouse del Hipódromo y con su Ford ffffuum embestía a la gente ffffuum que chillaba y saltaba las
barreras, aterrada, ffffuum. En los Carnavales, las chicas le huían: las
bombardeaba con proyectiles hediondos, cascarones, frutas podridas, globos
inflados con pipí y las refregaba con barro, tinta, harina, jabón (de lavar
ollas) y betún; ¡salvaje!, le decían, cochino, bruto, animal, y se aparecía en
la fiesta del Terrazas, en
el Infantil del Parque de Barranca,
en el baile del Lawn Tennis, sin disfraz, un chisguete de éter
en cada mano, píquiti píquiti juas, le di, le di en los ojos. ja ja, píquiti
píquiti juas, la dejé ciega, ja ja, o armado con un bastón para enredarlo en
los pies de las parejas y echarlas al suelo: bandangán. Se trompeaba, le
pegaban, a veces lo defendíamos pero no escarmienta con nada, decíamos, en una
de éstas lo van a matar. Sus locuras le dieron mala fama y Chingolo, hermano,
tienes que cambiar, Choto, Pichulita, te estás volviendo antipático, Mañuco,
las chicas ya no querían juntarse con él, te creían un bandido, un sobrado y un
pesado. El, a veces tristón, era la última vez, cambiaría, palabra de honor, y
a veces matón, bandido, ¿ah sí?, ¿eso decían de mí las rajonas?, no le
importaba, las pituquitas se las pasaba, le resbalaban, por aquí.
En la fiesta de promoción -de etiqueta, dos orquestas,
en el Country Club-, el único ausente de la clase fue Cuéllar. No seas tonto,
le decíamos, tienes que venir, nosotros te
buscamos una hembrita, Pusy ya le habló a Margot, Fina a Ilse, la China a Elena,
Chabuca a Flora, todas querían, se morían por ser tu pareja, escoge y ven a la
fiesta. Pero él no, qué ridículo ponerse smoking, no iría, que más bien nos
juntáramos después. Bueno Pichulita, como quisiera, que no fuera, eres contra
el tren, que nos esperara en El chasqui a las dos, dejaríamos a las muchachas en sus casas, lo
recogeríamos y nos iríamos a tomar unos tragos, a dar unas vueltas por ahí, y
él tristoncito eso sí.
4
Al año siguiente, cuando Chingolo y Mañuco
estaban ya en Primero de Ingeniería, Lalo en PreMédicas y Choto comenzaba a trabajar en la Casa Wiese y Chabuca ya no era enamorada de Lalo sino de Chingolo y la China ya no
de Chingolo sino de Lalo, llegó a Miraflores Teresita Arrarte: Cuéllar la vio
y, por un tiempo al menos, cambió. De la noche a la mañana dejó de hacer
locuras y de andar en mangas de camisa, el pantalón chorreado y la peluca revuelta. Empezó a ponerse corbata y saco, a
peinarse con montaña a lo Elvis Presley y a lustrarse
los zapatos: qué te pasa, Pichulita, estás que no se te reconoce, tranquilo
chino. Y él nada, de buen humor, no me pasa nada, había que cuidar un poco la
pinta ¿no soplándose sobándose las uñas, parecía el de antes. Qué alegrón,
hermano, le decíamos, qué revolución verte así, ¿no será que? y él, como una melcocha, a lo mejor, ¿Teresita?, de repente pues, ¿le gustaba?, puede
que si, como un chicle, puede que sí.
De nuevo se volvió sociable, casi tanto como
de chiquito. Los domingos aparecía en la misa de doce (a veces lo veíamos
comulgar) y a la salida se acercaba a las muchachas del barrio (cómo están?,
qué hay Teresita, ¿íbamos al Parque?, que nos sentáramos en esa banca que había sombrita. En las tardes, al oscurecer, bajaba a la Pista de Patinaje y se caía y
se levantaba, chistoso y conversador, ven ven Teresita, él le iba a enseñar,
¿y si se caía?, no qué va, él le daría la mano, ven ven, una vueltecita nomás,
y ella bueno, coloradita y coqueta, una sola pero despacito, rubiecita,
potoncita y con sus dientes de ratón, vamos pues. Le dio también por frecuentar
el Regatar, papá, que se
hiciera socio, todos sus amigos iban y su viejo
okey, compraré una acción, ¿iba a ser boga, muchacho?, sí, y el Bowling de la Diagonal. Hasta se daba sus vueltas los domingos en la tarde
por el Parque Salazar, y se lo veía siempre risueño,
Teresita ¿sabía en qué se parecía un elefante a Jesús?, servicial, ten mis
anteojos, Teresita, hay mucho sol, hablador, ¿qué novedades, Teresita, por tu
casa todos bien? y convidador ¿un
hotdog, Teresita, un sandwichito, un milkshake? Ya está, decía Fina, le llegó
su hora, se enamoró. Y Chabuca qué templado estaba, la miraba a Teresita y se le caía la baba, y ellos en las noches, alrededor de
la mesa de billar, mientras lo esperábamos ¿le caerá?, Choto ¿se atreverá?, y
Chingolo ¿Tere sabrá? Pero nadie se lo
preguntaba de frente y él no se daba por enterado con las indirectas, ¿viste a
Teresita?, sí, ¿fueron al cine?, a la de Ava Gardner, a la matiné, ¿y qué tal?, buena, bestial, que fuéramos, no se la
pierdan. Se quitaba el saco, se arremangaba la camisa, cogía el taco, pedía
cerveza para los cinco, jugaba y una noche, luego de una carambola real, a media voz, sin mirarnos: ya está, lo
iban a curar. Marcó sus puntos, lo iban a operar, y ellos ¿qué decía,
Pichulita?, ¿de veras te van a operar?, y él como quien no quiere la cosa ¿qué
bien, no? Se podía, sí, no aquí sino en
Nueva York, su viejo lo iba a llevar, y nosotros qué magnífico, hermano, qué
formidable, qué notición, ¿cuándo iba a viajar?, y él pronto, dentro de un mes,
a Nueva York, y ellos que se riera, canta, chilla, ponte feliz, hermanito, qué
alegrón. Sólo que no era seguro todavía, había que esperar una respuesta del
doctor, mi viejo ya le escribió, no un doctor sino un sabio, un cráneo de esos
que tienen allá y él, papá, ¿ya llegó?, no, y al día siguiente ¿hubo correo,
mamá?, no corazón, cálmate, ya llegará, no había que ser impaciente y por fin
llegó y su viejo lo agarró del hombro: no, no se podía, muchacho, había que
tener valor. Hombre, qué lástima, le decían ellos, y él pero puede que en otras
partes sí, en Alemania por ejemplo, en París, en Londres, su viejo iba a
averiguar, a escribir mil cartas, se gastaría lo que no tenía, muchacho, y viajaría,
lo operarían y se curaría, y nosotros claro, hermanito, claro que sí, y cuando
se iba, pobrecito, daban ganas de llorar. Choto: en qué maldita hora vino
Teresita al barrio, y Chingolo él se había conformado y ahora está desesperado
y Mañuco pero a lo mejor más
tarde, la ciencia adelantaba tanto ¿no es cierto?, descubrirían algo y Lalo
no, su tío el médico le había dicho no, no hay forma, no tiene remedio y Cuéllar ¿ya papá?, todavía, ¿de París, mamá?, ¿y si
de repente en Roma?, ¿de Alemania, ya? Y entretanto comenzó de nuevo a ir a
fiestas y, como para borrar la mala fama que se había ganado con sus locuras de
rocanrolero y comprarse a las familias, se portaba en los cumpleaños y
salchichaparties como un muchacho modelo: llegaba puntual y sin tragos, un
regalito en la mano, Chabuquita, para ti, feliz cumplete, y estas flores para
tu mamá, dime ¿vino Teresita? Bailaba
muy tieso, muy correcto, pareces un viejo, no apretaba a su pareja, a las
chicas que planchaban ven gordita vamos a bailar, y conversaba con las mamás,
los papás, y atendía sírvase señora a las tías, ¿le paso un juguito?, a los
tíos ¿un traguito?, galante, qué bonito su collar, cómo brillaba su anillo, locuaz, ¿fue a las carreras, señor, cuándo
se saca el pellón? y piropeador, es
usted una criolla de rompe y raja, señora, que le enseñara a quebrar así, don
Joaquín, qué daría por bailar tan bien. Cuando estábamos conversando, sentados
en una banca del Parque, y llegaba Teresita Arrarte, en una mesa del Cream Rica, Cuéllar cambiaba, o en el barrio,
de conversación: quiere asombrarla, decían, hacerse pasar por un cráneo, la trabaja
por la admiración. Hablaba de cosas raras y difíciles: la religión (¿Dios que
era todopoderoso podía acaso matarse siendo inmortal?, a ver, quién de nosotros resolvía el truco), la política
(Hitler no fue tan loco como contaban, en unos añitos hizo de Alemania un país que se le empavó a todo el mundo ¿no?, qué pensaban
ellos), el espiritismo (no era cosa de superstición sino ciencia, en Francia
había mediums
en la Universidad y no sólo llaman a las
almas, también las fotografían, él habla visto un libro, Teresita, si quería
lo conseguía y te lo presto). Anunció que iba a estudiar: el año próximo
entraría a la Católica y ella disforzada qué bien, ¿qué carrera iba a
seguir? y le metía por los ojos sus
manitas blancas, seguiría abogacía, sus deditos gordos y sus uñas largas,
¿abogacía? ¡uy, que feo!, pintadas color natural, entristeciéndose y él pero no para ser
picapleitos sino para entrar a Torre Tagle y ser diplomático, alegrándose,
manitas, ojos, pestañas, y él sí, el Ministro era amigo de su viejo, ya le
había hablado, ¿diplomático?, boquita, ¡uy, qué lindo! y él, derritiéndose,
muriéndose, por supuesto, se viajaba tanto, y ella también eso y además uno se pasaba la vida
en fiestas: ojitos. El amor hace milagros, decía Pusy, qué formalito se ha puesto, qué caballerito. Y la China: pero era
un amor de lo más raro, si estaba tan templado de Tere por qué no le caía de una vez?, y Chabuca eso mismo
¿qué esperaba?, ya hacía más de dos meses
que la perseguía y hasta ahora mucho ruido y pocas nueces, qué tal plan.
Ellos, entre ellos, sabrán o se harán?,
pero frente a ellas lo defendíamos disimulando: despacito se iba lejos,
muchachas. Es cosa de orgullo, decía Chingolo, no querrá arriesgarse hasta
estar seguro que lo va a aceptar. Pero claro que lo iba a aceptar, decía Fina,
¿no le hacía ojitos, mira a Lalo y la China qué acarameladitos, y le lanzaba indirectas, qué bien patinas, qué rica tu
chompa, qué abrigadita y hasta se le declaraba jugando, ¿mi pareja serás
tú? Justamente por eso desconfía, decía
Mañuco, con las coquetas como Tere nunca se sabía, parecía y después no. Pero
Fina y Pusy no, mentira, ellas le habían preguntado ¿lo aceptarás? y ella
dio a entender que sí, y Chabuca
¿acaso no salía tanto con él, en las fiestas no
bailaba sólo con él, en el cine con
quien se sentaba sino con él? Más claro
no cantaba un gallo: se muere por él. Y la China más bien tanto esperar que le cayera se iba a cansar,
aconséjenle que de una vez y si quería una oportunidad se la daríamos, una fiestecita
por ejemplo el sábado, bailarían un ratito, en mi casa o en la de Chabuca o
donde Fina, nos saldríamos al jardín y los dejarían solos a los dos, qué más
podía pedir. Y en el billar: no sabían, qué inocentes, o qué hipócritas, sí sabían
y se hacían. Las cosas no pueden seguir así, dijo Lalo un día, lo tenía como a
un perro, Pichulita se iba a volver loco, se podía hasta morir de amor, hagamos
algo, ellos sí pero qué, y Mañuco averiguar si de veras Tere se muere por él o
era cosa de coquetería. Fueron a su casa, le preguntamos, pero ella sabía las de Quico y Caco,
nos come a los cuatro juntos, decían. ¿Cuéllar?, sentadita en el balcón de su
casa, pero ustedes no le dicen Cuéllar sino una palabrota fea, balanceándose
para que la luz del poste le diera en las piernas, ¿se muere por mí?, no
estaban mal, ¿cómo sabíamos? Y Choto no
te hagas, lo sabía y ellos también y las chicas y por todo Miraflores lo
decían y ella, ojos, boca, naricita, ¿de veras?, como si viera a un marciano:
primera noticia. Y Mañuco anda Teresita, que fuera franca, a calzón quitado, ¿no se daba cuenta cómo la
miraba? Y ella ay, ay, ay, palmoteando,
manitas, dientes, zapatitos, que miráramos, luna mariposa!, que corriéramos,
la cogiéramos y se la trajéramos. La miraría, si, pero como un amigo y, además,
qué bonita, tocándole las alitas, deditos, uñas, vocecita, la mataron, pobrecita,
nunca le decía nada. Y ellos qué cuento, qué mentira, algo le diría, por lo
menos la piropearía y ella no, palabra, en su jardín le haría un huequito y la
enterraría, un rulito, el cuello, las orejitas, nunca, nos juraba. Y Chingolo
¿no se daba cuenta acaso cómo la seguía?, y Teresita la seguiría pero como
amigo, ay, ay, ay, zapateando, puñitos, ojazos, no estaba muerta la bandida ¡se
voló!, cintura y tetitas, pues, si no, siquiera le habría agarrado la mano
¿no? o mejor dicho intentado ¿no?, ahí está,
ahí, que corriéramos, o se le habría declarado ¿no?, y de nuevo la cogiéramos:
es que es tímido, decía Lalo, ténla pero, cuidadito, te vas a manchar, y no
sabe si lo aceptarás, Teresita, ¿lo iba a aceptar? y ella
aj, aj, arruguitas, frentecita, la mataron y la apachurraron, un hoyito en los cachetes, pestañitas, cejas,
¿a quién? y nosotros cómo a quién y ella
mejor la botaba, así como estaba, toda apachurrada, para qué la iba a
enterrar: hombritos. ¿Cuéllar?, y Mañuco sí, ¿le daba bola?, no sabía todavía
y Choto entonces sí le gustaba, Teresita, sí le daba bola, y ella no había
dicho eso, sólo que no sabía, ya vería
si se presentaba la ocasión pero seguro que no se presentaría y ellos a
que sí. Y Lalo ¿le parecía pintón?, y ella ¿Cuéllar?, codos, rodillas, sí, era
un poquito pintón ¿no? y nosotros ¿ves,
ves cómo le gustaba? y ella no había
dicho eso, no, que no le hiciéramos trampas, miren, la mariposita brillaba
entre los geranios del jardín ¿o era otro bichito?, la punta del dedito, el
pie, un taconcito blanco. Pero por qué tenía ese apodo tan feo, éramos muy
malcriados, por qué no le pusieron algo bonito como al Pollo, a Boby, a
Supermán o al Conejo Villarán, y nosotros sí le daba, sí le daba ¿veía?, lo
compadecía por su apodo, entonces sí lo quería, Teresita, y ella ¿quería?, un
poquito, ojos, carcajadita, sólo como amigo, claro. Se hace la que no,
decíamos, pero no hay duda que sí: que Pichulita le caiga y se acabó,
hablémosle. Pero era difícil y no se atrevían. Y Cuéllar, por su parte, tampoco
se decidía: seguía noche y días detrás de Teresita Arrarte, contemplándola,
haciéndole gracias, mimos y en Miraflores los que no sabían se burlaban de él,
calentador, le decían, pura pinta, perrito faldero y las chicas le cantaban Hasta cuando, hasta cuando para
avergonzarlo y animarlo. Entonces, una noche lo llevamos al Cine Barranco y, al salir, hermano,
vámonos a La Herradura en
tu poderoso Ford y él okey, se tomarían unas cervezas
y jugarían futbolín, regio. Fuimos en su poderoso Ford, roncando, patinando en las esquinas y en el Malecón
de Chorrillos un cachaco los paró, íbamos a más de cien, señor, cholito, no
seas así, no había que ser malito, y nos pidió brevete y tuvieron que darle
una libra, ¿señor?, tómate unos piscos a nuestra salud, cholito, no hay que ser
malito, y en La Herradura bajaron
y se sentaron en una mesa de El
Nacional: qué cholada, hermano, pero esa huachafita no estaba mal y cómo
bailan, era más chistoso que el circo. Nos tomamos dos Cristales y no se atrevían, cuatro y nada, seis y Lato comenzó. Soy tu amigo, Pichulita, y él se
rió ¿borracho ya? y Mañuco te queremos
mucho, hermano, y él ¿ya?, riéndose, ¿borrachera cariñosa tú también? y Chingolo: querían hablarle, hermano, y también
aconsejarlo. Cuéllar cambió, palideció, brindó, qué graciosa esa pareja ¿no?,
él un renacuajo y ella una mona ¿no?, y Lalo para qué disimular, patita, ¿te
mueres por Tere, no? y él tosió, estornudó,
y Mañuco, Pichulita, dinos la verdad ¿si o no? y él se rió, tristón y temblón, casi no se le
oyó: ssse mmmoría, sssí. Dos Cristales más y Cuéllar no sabía qué iba a hacer,
Choto, ¿qué podía hacer? y él caerle y
él no puede ser, Chingolito, cómo le voy a caer y él cayéndole, patita,
declarándole su amor, pues, te va a decir si. Y él no era por eso, Mañuco, le
podía decir sí pero ¿y después? Tomaba
su cerveza y se le iba la voz y Lalo después sería después, ahora dele y ya
está, a lo mejor dentro de un tiempo se iba a curar y él, Chotito, ¿y si Tere
sabía, si alguien se lo decía?, y ellos no sabía, nosotros ya la confesamos,
se muere por ti y a él le volvía la voz ¿se muere por mi? y nosotros sí, y él claro que tal vez dentro
de un tiempo me puedo curar ¿nos parecía que sí? y ellos sí, sí, Pichulita, y en todo caso no
puedes seguir así, amargándose, enflaqueciéndote, chupándose: que le cayera de
una vez. Y Lalo ¿cómo podía dudar? Le caería,
tendría enamorada y él ¿qué haría? y
Choto tiraría plan y Mañuco le agarraría la mano y Chingolo la besaría y Lalo
la paletearía su poquito y él ¿y después?
y se le iba la voz y ellos ¿después?, y él después, cuando crecieran y
tú te casaras, y él y tú y Lalo: qué absurdo, cómo ibas a pensar en eso desde
ahora, y además es lo de menos. Un día la largaría, le buscaría pleito con
cualquier pretexto y pelearía y así todo se arreglaría y él, queriendo y no
queriendo hablar: justamente era eso lo que no quería, porque, porque la quería.
Pero un ratito después -diez Cristales ya-hermanos, teníamos razón, era lo mejor:
le caeré, estaré un tiempo con ella y la largaré.
Pero las semanas
corrían y nosotros cuándo, Pichulita, y él mañana, no se decidía, le caería mañana,
palabra, sufriendo como nunca lo vieron antes ni después, y las chicas estás
perdiendo el tiempo, pensando, pensando cantándole el bolero Quizás, quizás,
quizás. Entonces le comenzaron las crisis: de repente tiraba el taco
al suelo en el Billar, ¡cáele, hermano!, y se ponía a requintar a las botellas
o a los puchos, y le buscaba lío a cualquiera o se le saltaban
las lágrimas, mañana, esta vez era verdad, por su madre que sí: me le declaro o
me mato. Y así pasan los días, y tú desesperando. . . y él se salía de la vermouth y
se ponía a caminar, a trotar por la Avenida Larco, déjenme, como un caballo loco,
y ellos detrás, váyanse, quería estar solo, y nosotros dele, Pichulita, no
sufras, dele, dele, quizás, quizás, quizás. O se metía en El Chasqui y tomaba,
qué odio sentía, Lalo, hasta emborracharse, qué terrible pena, Chotito, y ellos
lo acompañaban, ¡tengo ganas de matar, hermano!, y lo llevábamos medio cargado
hasta la puerta de su casa, Pichulita, decídete de una vez, cáele, y
ellas mañana y tarde por lo que
tú más quieras, hasta cuándo, hasta
cuándo.
Le hacen la vida imposible, decíamos, acabará
borrachín, forajido, locumbeta.
Así terminó el invierno, comenzó otro verano y
con el sol y el calor llegó a Miraflores un muchacho de San Isidro que
estudiaba arquitectura, tenía un Pontiac y era nadador: Cachito Arnilla. Se arrimó al grupo y al principio ellos
le poníamos mala cara y las chicas qué haces tú aquí, quién te invitó, pero
Teresita déjenlo, blusita blanca, no lo fundan, Cachito siéntate a mi lado,
gorrita de marinero, blue jeans, yo lo
invité. Y ellos, hermano, ¿no veía?, y él sí, la está siriando, bobo, te la va
a quitar, adelántate o vas muerto, y él
y qué tanto que se la quitara y
nosotros ¿ya no le importaba? y él qqqué
le ibbba a importar y ellos ¿ya no la quería?, qqqué la ibbba a qqquerer. Cachito
le cayó a Teresita a fines de enero y ella que sí: pobre Pichulita, decíamos,
qué amargada y de Tere qué coqueta, qué desgraciada, qué perrada le hizo. Pero
las chicas ahora la defendían: bien hecho, de quién iba a ser la culpa sino de él, y Chabuca ¿hasta cuándo iba a esperar
la pobre Tere que se decidiera?, y la China qué iba a ser una perrada, al
contrario, la perrada se la hizo él, la tuvo perdiendo su tiempo tanto tiempo y
Pusy además Cachito era muy bueno, Fina y
simpático y pintón y
Chabuca y Cuéllar un tímido y la China un maricón.
5
Entonces Pichula Cuéllar volvió a las andadas.
Qué bárbaro, decía Lalo, ¿corrió olas en Semana Santa? Y Chingolo:
olas no, olones de cinco metros, hermano, así de grandes, de diez metros. Y
Choto: hacían un ruido bestial, llegaban hasta las carpas, y Chabuca más,
hasta el Malecón, salpicaban los autos de la pista y, claro, nadie se bañaba.
¿Lo había hecho para que lo viera Teresita Arrarte?, sí, ¿para dejarlo mal al enamorado?, sí.
Por supuesto, como diciéndole Tere fíjate a lo que me atrevo y Cachito a nada,
¿así que era tan nadador?, se remoja en la orillita como las mujeres y las
criaturas, fíjate a quién te has perdido, qué bárbaro. ¿Por qué se pondría el
mar tan bravo en Semana Santa?, decía Fina, y la China de cólera porque los
judíos mataron a Cristo, y Choto ¿los judíos lo habían matado?, él creía que
los romanos, qué sonso. Estábamos sentados en el Malecón, Fina, en ropa de
baño, Choto, las piernas al aire, Mañuco, los olones reventaban, la China, y
venían y nos mojaban los pies, Chabuca, qué fría estaba, Pusy, y qué sucia,
Chingolo, el agua negra y la espuma café, Teresita, llena de yerbas y malaguas
y Cachito Arnilla, y en eso pst pst, fíjense, ahí venía Cuéllar. ¿Se acercaría,
Teresita?, ¿se haría el que no te veía?
Cuadró el Ford frente al Club de
Jazz de La Herradura, bajó, entró a Las Gaviotas y salió en ropa de baño una nueva, decía Choto, una amarilla, una
Jantsen y Chingolo hasta en eso pensó, lo calculó todo para llamar la atención
¿viste, Lalo?, una toalla al cuello como una chalina y anteojos de sol. Miró
con burla a los bañistas asustados, arrinconados entre el Malecón y la playa y
miró los olones alocados y furiosos que sacudían la arena y alzó la mano, nos
saludó y se acercó. Hola Cuéllar, ¿qué tal ensartada, no?, hola, hola, cara de
que no entendía, ¿mejor hubieran ido a bañarse a la piscina del Regatas, no?, qué hay, cara de porqué, qué
tal. Y por fin cara de ¿por los olones? : no, qué ocurrencia, qué tenían, qué
nos pasaba (Pusy: la saliva por la boca y la sangre por las venas, ja ja), si
el mar estaba regio así, Teresita ojitos, ¿lo decía en serio?, sí, formidable
hasta para correr olas, ¿estaba bromeando, no?, manitas y Cachito él se
atrevería a bajarlas?, claro, a puro pecho o con colchón, ¿no le creíamos?, no,
¿de eso nos reíamos?, ¿tenían miedo?, ¿de veras?, y Tere, él no
tenía?, no, ¿iba a entrar?, sí, ¿iba a correr olas?, claro: grititos. Y lo
vieron quitarse la toalla, mirar a Teresita Arrarte (¿se pondría colorada,
no?, decía Lalo, y Choto no, qué se iba a
poner, ¿y Cachito?, sí, él se muñequeó) y
bajar corriendo las gradas del Malecón y arrearse al agua dando un mortal. Y
lo vimos pasar rapidito la resaca de la orilla y llegar en un dos por tres a la
reventazón. Venía una ola y él se hundía y después salía y se metía y salía,
¿qué parecía?, un pescadito, un bufen, un gritito, ¿dónde estaba?, otro,
mírenlo, un bracito, ahí, ahí. Y lo veían alejarse, desaparecer, aparecer y
achicarse hasta llegar donde empezaban los tumbos, Lalo, qué tumbos: grandes,
temblones, se levantaban y nunca caían, saltitos, Cera esa cosita blanca?,
nervios, sí. Iba, venía, volvía, se perdía entra la espuma y las olas y retrocedía y seguía, ¿qué parecía?, un patillo,
un barquito de papel, y para verlo mejor Teresita se paró, Chabuca, Choto, todos,
Cachito también, pero ¿a qué hora las iba a correr? Se demoró pero por fin se animó. Se volteó
hacia la playa y nos buscó y él nos hizo y ellos le hicieron adiós, adiós,
toallita. Dejó pasar uno, dos, y al tercer tumbo lo vieron, lo adivinamos meter
la cabeza, impulsarse con un brazo para pescar la corriente, poner el cuerpo
duro y patalear. La agarró, abrió los brazos. se elevó (¿un olón de ocho
metros?, decía Lalo, más, ¿como el techo?, más, ¿como la catarata del Niágara,
entonces?, más, mucho más) se cayó con
la puntita de la ola y la montaña de agua se lo tragó y apareció el olón, ¿salió, salió?, y se acercó
roncando como un avión. vomitando espuma, ¿ya, lo vieron, ahí está?, y por fin
comenzó a bajar, a perder fuerza y él apareció, quietecito, y la ola lo traía
suavecito, forrado de yuyos, cuánto aguantó sin respirar, qué pulmones, y lo varaba
en la arena, qué bárbaro: nos había tenido con la lengua afuera, Lalo, no era
para menos, claro. Así fue como recomenzó.
A mediados de ese año, poco después de Fiestas
Patrias, Cuéllar entró a trabajar en la fábrica de su viejo: ahora se corregirá,
decían, se volverá un muchacho formal. Pero no fue así, al contrario. Salía de
la oficina a las seis y a las siete estaba ya en Miraflores y a las siete y media en El Chasqui, acodado
en el mostrador, tomando (una Cristal chica,
un capitán) y esperando que llegara algún conocido
para jugar cacho. Se anochecía ahí, entre dados, ceniceros repletos de puchos,
timberos y botellas de cerveza helada, y remataba las noches viendo un show,
en cabarets de mala muerte (el
Nacional, el Pingüino,
el Olímpico, el Turbillán) o, si andaba muta,
acabándose de emborrachar en antros de lo peor, donde podía dejar en prenda su
pluma Parker,
su reloj Omega, su esclava de oro (cantinas de
Surquillo o del Porvenir), y algunas mañanas se lo veía rasguñado, un ojo
negro, una mano vendada: se perdió, decíamos, y las muchachas pobre su madre y
ellos ¿sabes que ahora se junta con rosquetes, cafiches y pichicateros? Pero los sábados salía siempre con nosotros.
Pasaba a buscarlos después de almuerzo y. si no íbamos al Hipódromo o al Estadio,
se encerraban donde Chingolo o Mañuco a jugar póquer hasta que oscurecía.
Entonces volvíamos a nuestras casas y se duchaban y acicalábamos y Cuéllar los
recogía en el poderoso Nash que su viejo le
cedió al cumplir la mayoría de edad,
muchacho, ya tenía veintiún años, ya puedes votar y su vieja, corazón, no
corras mucho que un día se iba a matar. Mientras nos entonábamos en el chino de
la esquina con un trago corto, ¿irían al chifa?, discutíamos, ¿a la calle Capón?,
y contaban chistes, a comer anticuchos
Bajo el Puente?, Pichulita era un campeón, ¿a la Pizzería?, saben esa de y qué
le dijo la ranita y la del general y si Toñito Mella se cortaba cuando se afeitaba
¿qué pasaba? se capaba, ja ja, el pobre
era tan huevón. Después de comer, ya picaditos con los chistes, íbamos a
recorrer bulines, las cervezas, de la Victoria,
la conversación, de Prolongación Huánuco, el sillau y el ají, o de la Avenida
Argentina, o hacían una pascanita en el Embassy o en el Ambassador para ver el primer
show desde el bar y terminábamos
generalmente en la Avenida Grau, donde Nanette. Ya llegaron los miraflorinos, porque ahí los conocían, hola Pichulita,
por sus nombres y por sus apodos, ¿cómo estás?
y las polillas se morían y ellos de risa: estaba bien. Cuéllar se
calentaba y a veces las reñía y se iba dando un portazo, no vuelvo más, pero
otras se reía y ]es seguía la cuerda y esperaba, bailando, o sentado junto al
tocadiscos con una cerveza en la mano, o conversando con Nanette, que ellos escogieran su polilla, subiéramos y
bajaran: qué rapidito, Chingolo, les decía, ¿cómo te fue? o cuánto te demoraste, Mañuco, o te estuve
viendo por el ojo de la cerradura, Choto, tienes pelos en el pow, Lalo. Y uno de esos sábados, cuando ellos volvieron
al salón, Cuéllar no estaba y Nanette de repente
se paró, pagó su cerveza y salió, ni se despidió. Salimos a la Avenida Grau y
ahí lo encontraron, acurrucado contra el volante del Nash, temblando, hermano, que te pasó, y Lalo: estaba
llorando. ¿Se sentía mal, mi viejo?, le decían, ¿alguien se burló de ti?, y
Choto ¿quién te insultó?, quién, entrarían y le pegaríamos y Chingolo ¿las
polillas lo habían estado fundiendo? y
Mañuco ¿no iba a llorar por una tontería así, no? Que no les hiciera caso, Pichulita, anda, no
llores, y él abrazaba el volante, suspiraba y con la cabeza y la voz rota no,
sollozaba, no, no lo habían estado fundiendo, y se secaba los ojos con su pañuelo, nadie se había burlado,
quién se iba a atrever. Y ellos cálmate, hombre, hermano, entonces por qué,
¿mucho trago?, no, ¿estaba enfermo?, no, nada, se sentía bien, lo palmeábamos,
hombre, viejo, hermano, lo alentaban, Pichulita. Que se serenara, que se riera,
que arrancara el potente Nash, vamos por ahí. Se
tomarían la del estribo en El Turbillón, llegaremos justo al segundo show, Pichulita, que andara y que
no llorara. Cuéllar se calmó por fin, partió y en la Avenida 28 de Julio ya estaba riéndose, viejo, y de repente un
puchero, sincérate con nosotros, qué había pasado, y él nada, caray, se había
entristecido un poco nada más, y ellos por qué si la vida era de mamey,
compadre, y él de un montón de cosas, y Mañuco de qué por ejemplo, y él de que
los hombres ofendieran tanto a Dios por ejemplo, y Lalo ¿de que qué dices?, y
Choto ¿quería decir de que pecaran tanto?, y él por ejemplo, ¿qué pelotas, no?,
sí, y también de lo que la vida era tan aguada. Y Chingolo qué iba a ser
aguada, hombre, era de mamey, y él porque uno se pasaba el tiempo trabajando,
o chupando, o jaraneando, todos los días lo mismo y de repente envejecía y se
moría ¿qué cojudo, no?, sí. ¿Eso había estado pensando donde Nanette?, ¿eso delante de las polillas?, sí, ¿de eso había
llorado?, sí, y también de pena por la gente pobre, por los ciegos, los cojos,
por esos mendigos que iban pidiendo limosna en el jirón de la Unión, y por los
canillitas que iban vendiendo La
Crónica ¿qué tonto, no? y por esos cholitos que te lustran los zapatos en la
Plaza San Martín ¿qué bobo, no?, y nosotros claro, qué tonto, ¿pero ya se le
había pasado, no?, claro, ¿se había olvidado?, por supuesto, a ver una risita
para peerte, ja ja. Corre
Pichulita. pícala, el fierro a
fondo, qué hora era, a qué hora empezaba el show, quién sabía, ¿estaría siempre
esa mulata cubana?, ¿cómo se llamaba?, Ana, ¿qué le decían?, la Caimana, a ver,
Pichulita, demuéstranos que se te pasó, otra
risita: ja ja.
6
Cuando Lalo se casó con Chabuca, el mismo año
que Mañuco y Chingolo se recibían de Ingenieros, Cuéllar ya había tenido varios
accidentes y su Volvo andaba siempre
abollado, despintado, las lunas rajadas. Te matarás, corazón, no hagas locuras
y su viejo era el colmo, muchacho, hasta cuándo no iba a cambiar, otra
palomillada y no le daría ni un centavo más, que
recapacitara y se enmendara, si no por ti por su madre, se lo decía por su
bien. Y nosotros: ya estás grande para juntarte con mocosos, Pichulita. Porque
le había dado por allí. Las noches se las pasaba siempre timbeando con los noctámbulos
de El
Chasqui o del D'onofrio, o conversando y chupando
con los bola de oro, los mafiosos del Haití
(¿a qué hora trabaja, decíamos, o será cuento que trabaja pero en el día
vagabundeaba de un barrio de Miraflores a otro y se lo veía en las esquinas,
vestido como James Dean (blue jeans ajustados,
camisita de colores abierta desde el pescuezo hasta el ombligo, en el pecho
una cadenita de oro bailando y enredándose entre los vellitos, mocasines blancos),
jugando trompo con los cocacolas, pateando pelota en un garaje, tocando rondín. Su carro andaba siempre repleto de
rocanroleros de trece, catorce, quince años y, los domingos, se aparecía en el Watkiki (hazme socio, papá, la tabla
hawaiana era el mejor deporte para no engordar y él también podría ir, cuando
hiciera sol, a almorzar con la vieja, junto al mar) con pandillas de criaturas,
mírenlo, mírenlo, ahí está, qué ricura, y qué bien acompañado se venia, qué
frescura: uno por uno los subía a su tabla hawaiana y se metía con ellos más
allá de la reventazón. Les enseñaba a manejar el Volvo, se lucía ante ellos dando curvas en dos ruedas en el Malecón y los llevaba al Estadio, al cachascán, a
los toros, a las carreras, al bowling, al box. Ya está, decíamos, era fatal: maricón. Y también: qué le quedaba, se
comprendía, se le disculpaba pero, hermano, resulta cada día más dificil
juntarse con él, en la calle lo miraban, lo silbaban y lo señalaban, y Choto a
ti te importa mucho el qué dirán, y Mañuco lo rajaban y Lalo si nos ven mucho
con él y Chingolo te confundirán. Se dedicó un tiempo al deporte y ello lo hace
más que nada para figurar: Pichulita Cuéllar, corredor de autos como antes de
olas. Participó en el Circuito de Atocongo y llegó tercero. Salió fotografiado
en La Crónica y en El Comercio felicitando al ganador, Arnaldo Alvarado era el mejor, dijo Cuéllar, el pundonoroso perdedor.
Pero se hizo más famoso todavía un poco después, apostando una carrera al
amanecer, desde la Plaza San Martín hasta el Parque Salazar, con Quique Ganoza, éste por la buena pista,
Pichulita contra el tráfico. Los patrulleros lo persiguieron desde Javier
Prado, sólo lo alcanzaron en Dos de Mayo, cómo correría. Estuvo un día en la
Comisaría y ¿ya está?, decíamos, ¿con este escándalo escarmentará y se
corregirá? Pero a las pocas semanas tuvo
su primer accidente grave, haciendo el paso de la muerte -las manos amarradas
al volante, los ojos vendados- en la Avenida Angamos. Y el segundo, tres meses
después, la noche que le dábamos la despedida de soltero a Lalo. Basta, déjate
de niñerías, decía Chingolo, para de una vez que ellos estaban grandes para
estas bromitas y queríamos bajarnos. Pero él ni de a juego, qué teníamos,
¿desconfianza en el trome?, ¿tremendos vejetes y con tanto miedo?, no se vayan
a hacer pis, ¿dónde había una esquina con agua para dar una curvita
resbalando? Estaba desatado y no podían
convencerlo, Cuéllar, viejo, ya estaba bien, déjanos en nuestras casas, y Lalo
mañana se iba a casar, no quería romperse el alma la víspera, no seas inconsciente,
que no se subiera a las veredas, no cruces con la luz roja a esta velocidad,
que no fregara. Chocó contra un taxi en Alcanfores y Lalo no se hizo nada, pero Mañuco y Choto se hincharon la
cara y él se rompió tres
costillas. Nos peleamos y un tiempo después los llamó por teléfono y nos amistamos
y fueron a comer juntos pero esta vez algo se había fregado entre ellos y él y
nunca más fue como antes.
Desde entonces nos veíamos poco y cuando
Mañuco se casó le envió parte de matrimonio sin invitación, y él no fue a la
despedida y cuando Chingolo regresó de Estados Unidos casado con una gringa
bonita y con dos hijos que apenitas chapurreaban español, Cuéllar ya se había ido a la montaña, a Pingo
María, a sembrar café, decían, y cuando venía a Lima y lo encontraban en la
calle, apenas nos saludábamos, qué hay cholo, cómo estás Pichulita, qué te
cuentas viejo, ahí vamos, chau, y ya había vuelto a Miraflores, más loco que
nunca, y ya se había matado, yendo al Norte, ¿cómo?, en un choque, ¿dónde?, en
las traicioneras curvas de Pasamayo, pobre, decíamos en el entierro, cuánto
sufrió, qué vida tuvo, pero este
final es un hecho que se lo buscó.
Eran hombres hechos y derechos ya y teníamos
todos mujer, carro, hijos que estudiaban en el Champagnat, la Inmaculada o el
Santa María, y se estaban construyendo una casita para el verano en Ancón,
Santa Rosa o las playas del Sur, y comenzábamos a engordar y a tener canas,
barriguitas, cuerpos blandos, a usar anteojos para leer, a sentir malestares
después de comer y de beber y aparecían ya en sus pieles algunas pequitas,
ciertas arruguitas.
